Un neuropsicólogo explica las fórmulas eficaces para que
los niños obedezcan.
«Como no te acabes ya la cena, mañana no vamos al
parque», «sueltas el iPad o te quedas una semana sin cogerlo», «ordena tu
habitación o te quedas sin salir»... ¿Qué padres no han amenazado y puesto
alguna vez, o muchas, un castigo a sus hijos con el fin de conseguir que
obedezcan una orden?
Según Álvaro Bilbao, doctor en Psicología, neuropsicólogo
y autor de «El cerebro del niño explicado a los padres», los progenitores
actúan de esta manera siempre confiados en que el niño aprenda un buen
comportamiento. Pero no es una buena decisión, «puesto que produce en los niños
sentimientos de culpabilidad, de frustración, de no conseguir lo que ellos
quieren...
Todo ello genera en su cerebro un autoconcepto muy negativo sobre
ellos mismos, lo que resulta muy perjudicial. Un niño que cree sobre sí mismo
que es valiente y obediente —explica—, se enfrentará a la vida sin miedo, con
valentía y obedecerá mucho más que un pequeño que está convencido de que es un
desobediente y, por tanto, se comportará como tal porque lo tiene muy asumido».
NO ESPERAR A QUE INCUMPLE LA NORMA.
Entonces, ¿cómo se puede proceder cuando un niño no hace
caso a sus padres, lo que sucede casi todos los días y en varias ocasiones?
Este neuropsicólogo, lo tiene claro: «hay alternativas al castigo», puntualiza.
«En primer lugar —explica— es conveniente que los padres trasladen al niño las
normas que hay al respecto de determinadas actitudes. Además, no hay que
esperar al último momento para que el niño cometa su fracaso —no cenar, no
dejar al iPad...—. Es decir, no hay que dar lugar a que el tiempo se agote para
decirle «¡ya, se acabó!» y castigarle, sino explicarle que solo tiene permiso
para usar media hora el iPad, por ejemplo, y pasado ese tiempo debe apagarlo.
Se le puede ir indicando que le quedan diez minutos, cinco...».
También por adelantado, hay que explicarle que si no
cumple las normas tendrá consecuencias y es que otro día no podrá jugar con él.
Pero —advierte Álvaro Bilbao—, «no se le deberá poner un castigo, sino que será
el niño el que debe asumir las consecuencias de no cumplir una orden. No es lo
mismo asumir un castigo que una consecuencia, insiste este neuropsicólogo».
CAMBIAR LA PERSPECTIVA.
Este especialista recomienda que los padres cambien su
propia perspectiva sobre el hecho de premiar y castigar. Esto supone que si un
niño no quiere merendar no hay que castigarle sin ver la tele. «La opción correcta
es informar al pequeño de que "los niños que meriendan pueden ver dibujos
en la tele". De esta manera, la atención se centra en el buen
comportamiento y el cumplimiento de la norma se asocia con un sentimiento de
satisfacción. Es una idea sencilla —explica— pero muy poderosa, aunque a veces
los padres, incluso más experimentados, tienen a olvidarla».
REPARAR LAS ACCIONES.
Otra regla que propone este autor para corregir conductas
inapropiadas es que las acciones que han provocado daño a otras personas u objetos
sean reparadas. «Reparar nuestras acciones es un gesto de responsabilidad y
resulta muy eficaz porque funciona como consecuencia natural de estas».
Explica que cuando un niño pega a su hermano, corregir el
daño significa pedirle perdón y darle un beso. «Cuando tira comida algo de
comida al suelo puede recogerla y ponerla en el cubo de la basura, y cuando en
medio de un juego tira la leche al suelo, en lugar de regañarlo y decirle
enfadados que debe tener más cuidado, podemos acompañarlo a buscar la bayeta y
enseñarle a limpiar a él o ella la leche derramada. Su cerebro aprenderá a
tener cuidado antes con las cosas y, en vez de resultarle traumático, le
resultará divertido».
EFECTOS NEGATIVOS.
Castigar tiene, según Álvaro Bilbao, varias consecuencias
negativas que todo padre debería evitar. «La primera de ellas es la de enseñar
al niño a utilizar el castigo contra los demás como forma válida de relación:
¿qué beneficio tiene para el niño o para el mundo que no juegue un rato más con
su iPad? Seguramente ninguna. El niño, posiblemente, aprenderá nada más que la
idea de que cuando uno se siente frustrado puede arremeter contra los demás y
que cuando el otro se siente mal, parte del daño que ocasiona queda reparado».
Otra consecuencia negativa es que fomenta la aparición de
la culpa. Normalmente la finalización del castigo llega cuando el niño se pone
a llorar o ha pasado suficiente tiempo como para que se sienta mal. En ese
momento en el que el niño llora o su dignidad se rompe y pide perdón, el papá o
la mamá suelen levantar el castigo. De esta manera el niño aprende con rapidez
que cuando se siente triste por algo que no debió hacer, sus padres le perdonan
y vuelven a quererlo.
Por otra parte, el autor de «El cerebro del niño
explicado a los padres», apunta que los castigos no son eficaces cuando
funcionan como «trampa»; es decir como una llamada de atención, un enfado o un
castigo en el sentido más clásico de la palabra. En este caso, «en vez de desmotivar
al niño para que haga algo, lo motiva más. Los castigos-trampa aparecen cuando
el niño, que normalmente no recibe la atención suficiente de sus padres,
aprende que haciendo las cosas mal, sus padres le hacen caso», concluye.
Fuente: http://www.abc.es/familia/padres-hijos/abci-si-alternativas-castigos-201510261625_noticia.html